GALLETAS CORRUPTORAS

por Emiliano Rodríguez Briceño
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Recibir una llamada del gobernador, siendo Vocal Ejecutivo de la Comisión Estatal de Aguas era en realidad una situación especial que se dio muy pocas veces. Una de ellas, me pidió con su amabilidad característica, que lo apoyara para ayudar a la Madre Clarita (en realidad no es el nombre verdadero, ya que el tiempo pasado ha hecho que se me olvide) quien era la superiora de un convento y casa que atendía a mujeres sin hogar, y que lo había buscado para que la ayudara a pagar su recibo de agua. No quería que pudiera convertirse en una situación que se multiplicara, por lo que me pidió que fuera cuidadoso en la solución que encontrara, pero que si tenía interés en una solución. Al día siguiente recibí la visita de una monja todas jovialidad quien con la mayor sencillez me pidió que le ayudara antes de que la mandaran a la cárcel por la multitud de deudas que tenía.

El problema consistía en que tenían una toma para atender un edificio grande, todo un convento, y sus múltiples necesidades, incluyendo lavado de ropa. Aunque se aplicaba una tarifa reducida para este tipo de establecimientos, el gran volumen consumido elevaba el monto mensual, sobre todo tomando en cuenta que nuestra tarifa tenía una gran diferencial para los altos volúmenes consumidos.

Al revisar el edificio, el personal de la gerencia comercial observó que parecía ser más que un solo predio, lo que nos podría permitir poner más de una toma y dividir los consumos para que la tarifa correspondiente fuera menor para cada toma.

Tuvimos que hacer una serie de contratos diferentes, para diferentes áreas del convento y dividir el consumo en cinco tomas, lo que nos permitía hacer una reducción importante del monto mensual. Estábamos haciendo una práctica que tratábamos de evitar y regularizar en otros predios que tenían más de una toma, pero no tuvimos otra salida, tomando en cuenta que se trataba en realidad de un servicio social y que no tendríamos otra forma para apoyar al convento y la labor que las monjas realizaban.

Establecimos una política para que este tipo de situaciones no se multiplicara y fueran una responsabilidad directa y conjunta del Gerente Comercial y del Vocal Ejecutivo en el caso de que en el futuro pudieran presentarse otras solicitudes y poder documentarlas adecuadamente. Hicimos todo el trámite, la serie de contratos necesarios y la Madre Superiora pagó puntualmente el monto resultante y se puso al día.

Pasado una semana la Madre Superiora se anunció en mi oficina para atenderla y lo primero que le dije era que ya habíamos solucionado el problema, cuál era entonces el planteamiento que ahora traía. La Madre asentó sobre mi escritorio una canasta de regulares dimensiones y me dijo que me traía unas galletas. Era lo único que podría darnos, aparte de sus oraciones y que habiendo oído que yo no era una persona de mucha fe, traía las galletas hechas en el convento, para que nos las repartiéramos quienes habíamos tomado tanto interés en ayudarla.

Le dije -Madre, recibir algo a cambio de un trámite no muy por su camino, se llama corrupción. No me comprometa -.

La Madre sonriendo me dijo – Hijo, tú podrás llamarlas corrupción pero son galletas y si se las comen no quedará huella de nada más que el agradecimiento que les tenemos -.

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