Victoria

por Emiliano Rodríguez Briceño
2 comentarios

Es curioso como vienen a nuestra mente los recuerdos y como se aviva la conciencia del origen de nuestras convicciones y opiniones. Uso mucho la biblioteca de libros digitales de Amazon y por ello me llegan a veces promociones de libros que usualmente no son de los que leo. Entre ellos, libros de autores de habla hispana de autores contemporáneos que, aunque no están entre mis preferidos, a veces me llaman la atención. Uno de ellos, de Federico Navarrete, historiador y escritor me llamó la atención. México racista, un título poco común que coincide con mi convencimiento y mis experiencias sobre que nuestra gente es, en el fondo, profundamente racista, aunque no seamos consientes de la forma en que lo manifestamos. Esto se da en unas regiones más que en otras y curiosamente en una de las zonas en que más debían de estar orgullosos de nuestra sangre indígena como en Yucatán, el racismo es más acentuado que en otras partes.

El por qué soy tan consiente de esta situación viene de mi infancia y de la relación que me ligó de varias formas a los indígenas, originarios de ese estado. hoy viene a mi memoria una de esas formas de liga y trae un rincón de mis más caros sentimientos.

Por razones que ignoro, guardo recuerdos muy vívidos que son como retazos de películas, de una edad muy temprana, incluso de cuando todavía no hablaba. Recuerdo caras y situaciones que mi madre y mis tíos me decían que no podría recordar, pero que al exponerlos como los recordaba, eran confirmados por ellos.

Uno de estos recuerdos es el de entrar a una cocina ajena, llevado por un niño mayor que yo, a robar chocolate en tablillas que escondíamos para comernos a pesar del sabor amargo del chocolate molido sin azúcar. Entrábamos por una barda simple de piedra, una albarrada, derribada, saltando entre las piedras. Hasta ahí mi recuerdo. Siendo un adolecente contaba este recuerdo a Victoria, quien se atacaba de risa diciendo que yo apenas caminaba y comentaba sobre las quejas de la vecina y del castigo que le habían impuesto a Gaudencio, mayor que yo quien, según ella, era arrastrado como cómplice en las travesuras de su hijo.

Recuerdo a Gaudencio, muy moreno, risueño, con pantalones cortos y que siempre me animaba a seguirlo a todas partes. Gaudencio era hijo de Victoria, una mujer indígena que vestía siempre el tradicional hipil, con el pelo hecho un chongo y su rebozo siempre pronto, cruzado sobre su pecho. Victoria es parte de mis recuerdos más tempranos y siempre fue parte de vida desde antes de entender las relaciones intrafamiliares.

Según mi madre, Victoria entró a trabajar a la casa como sirvienta cuando yo era recién nacido, para que la ayudara en todo porque mi padre quería que ella solo se dedicara a cuidarme. En esa etapa aparentemente mi madre vivía sola y Victoria recién había enviudado y vivía en la casa con su hijo más pequeño Gaudencio, aunque tenía tres hijos más que se habían quedado en el pueblo del que eran originarios.

Mis siguientes recuerdos ya más consientes y estructurados son de una época posterior, cuando tendría 5 o 6 años, mi padre no estaba y vivíamos con mis abuelas, mi abuela materna y mi bisabuela, su madre; eran mi chichí Casilda y mi chichí Lina. Victoria y Gaudencio también vivían con nosotros.

Mi familia era de clase media baja. Sin embargo, como lo recuerdo, era más o menos normal, que las familias tuvieran personas de origen indígena en sus casas para el trabajo doméstico, provenientes de los poblados cercanos del interior del estado. Y desde esa época vienen mis primeros recuerdos de las manifestaciones racistas. Eran las sirvientas.

La casa en la que vivíamos era realmente pequeña. Tres cuartos como de 5×5 m. Sala, recámara y comedor, una minúscula cocina y un baño de madera. Una zona de patio y detrás, un cobertizo de madera y techo de lámina para guardar la ropa de lavado y que era el cuarto donde dormían Victoria y Gaudencio.

En la sala, se movían los muebles y se tendían las hamacas para mi y mi madre y en la recámara dormían mis abuelas y si había alguien más, se movía la mesa del comedor y se tendía otra hamaca. Pero la escala social era observada rigurosamente. Victoria y Gaudencio nunca se sentaban a la mesa con la familia. Ellos comían, ¿dónde comían? no se, no creo que en la cocina por lo pequeña que era, pero eso si era seguro, nunca recuerdo haberlos visto comer en la mesa con nosotros. ¿Con nosotros? Como ven las expresiones, sin querer, claramente establecen ya una diferencia.

Recuerdo con dolor la forma como mi chichí Casilda hablaba y regañaba a Gaudencio, mugroso muchacho que no sabía obedecer y comportarse. Lo recuerdo con dolor porque yo no podía entender la diferencia entre Gaudencio y Victoria con “nosotros”.

Los recuerdos se hacen borrosos. Un tiempo Vic y Gaudencio desaparecen, unos tíos y sus hijos muy pequeños viven con nosotros lo que suma más malos recuerdos pero mi madre y yo nos cambiamos a una casa contigua solos y Victoria vuelve a aparecer con nosotros. Gaudencio ya no está. Y a partir de eso, Victoria vive en la casa y es para mi una combinación de nana, abuela y madre sustituta. Sus hijas vienen a visitarla y los domingos ella sale a verlas. Gaudencio de repente aparece, nos abrazamos, me cuenta sus aventuras, es chofer de un camión en el que empezó a trabajar como cargador, siempre me llama hermanito.

Cuando tenía como 13 o 14 años hago un viaje a México con mis tíos. Es una de las pocas veces que veo a mi padre y me da dinero para comprar un rebozo para Victoria. Quería llevarle algo de recuerdo. Se me vuelve una bronca. ¡Traerle algo a la criada y no acordarme de mi abuela!

Victoria cocina, cuando llego de la escuela me sirve la comida y se para a mi lado junto a la mesa. Mi comida es revisada, no me gustan los nervios de la carne ni los pellejos de tomate y cebolla. Soy un niño consentido. Está junto a mi para darme las tortillas calientes y sacarme el agua o la leche del refrigerador, que está a solo dos pasos. Nunca se sienta a la mesa conmigo o mi madre. El tiempo pasa y Victoria está siempre ahí. Alcahuetea mis primeras borracheras a pesar de los regaños de mi madre que está, pero no está. Cuando me caso y dejo la casa, ella deja a mi madre y se va a vivir con sus hijos.

Un día, ya viviendo en Querétaro, voy a verla y la secuestro para traérmela. Vive un tiempo con mi mujer y conmigo, ayudándola con mi hija recién nacida. Es la primera vez que viene a vivir fuera de su tierra y aunque quiero que se quede, entiendo que se siente sola estando yo fuera en el trabajo y sin conocer gente y la ciudad para moverse libremente. Y a pesar de que los dos lo sentimos, regresa con sus hijos.

Hago viajes frecuentes a Mérida, pero muy cortos, uno o dos días. En uno de ellos mi madre me dice que Victoria ha muerto en su pueblo. No se donde es. Busco a sus hijas y no las encuentro, ya no viven donde yo sabía.

En otro viaje, visito a mi tía Dora que había vivido en una casa junto a la nuestra y conocía bien a Victoria y ella me cuenta que Victoria no había muerto, que había sido una mentira de mi madre para que ya no la buscara. Uno de mis primos me acompaña para ir al pueblo y encontramos la casa de su hijo. Al llegar sale María, una de sus hijas que me abraza y me dice que su mamá ya está muy viejita, que ya no reconoce casi a nadie, que no va a reconocerme.

Entro a verla. Está sentada en su hamaca, con su hipil blanco, su pelo blanco completamente como una cascada que una de sus nietas está peinando, su piel morena cruzada de arrugas. Me mira, me reconoce y diciendo mi nombre suelta el llanto. Solo pude arrodillarme y en su regazo llorar con ella. María le pregunta si me conoce y ella contesta – ¡Cómo no voy a conocerlo si es ni niño! –

Recuerda entre sollozos que mi madre me pegaba y ella no se podía atrever a defenderme de ¡esa mujer!

Cuando le reclamé a mi madre haberme dicho que Victoria había muerto, solo se encogió de hombros y exclamó – ¡Todo por esa india! -Y la palabra india tenía un tono cruel de insulto.

Escribo y termino con un nudo en la garganta. Todo son solo recuerdos que se niegan a desaparecer.

Te puede interesar

2 comentarios

Anglica 14 septiembre, 2021 - 2:02 pm

Te amo profundamente papá. Te conozco tan poco pero a la vez veo en y siento en o lo que es importante para ti y nos has querido enseñar. Has sacudido mi alma con este escrito, cómo sueles hacerlo siempre

Responder
jorge pinedo rivera 14 septiembre, 2021 - 4:33 pm

Muy emotivo y muy cierto que mucha de la población son o fuimos racistas. Qué tristeza. Mi crianza fue racista, gracias a la filosofía de servicio he descubierto la grandeza que se encuentra en todo ser humano. Excelente artículo. Felicidades.

Responder

Deja un comentario