Nuestro cambio personal

por Emiliano Rodríguez Briceño
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En páginas anteriores he compartido reflexiones sobre la necesidad del cambio personal antes de pretender el cambio de la sociedad. Cuando lo he platicado personalmente siempre me he topado con actitudes burlonas de quienes suponen mi opinión como ingenuidad frente a la actitud de la mayoría. Y eso es en pequeñas y grandes situaciones, en acciones por simples que parezcan, como en vocaciones de vida. Pocos lo aceptan públicamente y hay campañas que pretenden repudiarlo, pero la justificación de nuestros actos como una reacción que encuentra explicación por los actos de la mayoría es una actitud generalizada que niega la posibilidad del cambio personal si no es dentro de o con el respaldo de una comunidad.

Dos ejemplos, uno un detalle, otro una anécdota. Y un cuento.

El detalle: ¿Cuántos justificamos nuestra falta de puntualidad endémica por la impuntualidad de los demás? Llego a tiempo y nadie está. No voy a perder mi tiempo si llego y ni siquiera comienzan a tiempo. Es una falta de respeto, llego a tiempo y no hay nadie.

La anécdota: Como director de un organismo buscaba un programa motivacional que creara o acrecentara el espíritu de equipo de los gerentes y que pudiera transmitirse por cada uno al resto del personal. Encontré a un asesor que entre los talleres nos convocó a crear como equipo, un código de honor que diera sustento a nuestro actuar y sirviera de compromiso de apoyo y respeto entre nosotros y con el personal. Lo hicimos, lo escribimos, lo dimos a conocer. Lo usamos y hasta creamos un pequeño ritual de aceptación personal del código como algo aceptado voluntariamente y no como una reglamentación de trabajo. Creo que funcionó en medida en que insistimos de que era un compromiso personal. ¿Cuánto tiempo? ¿Qué ha pasado como elemento del grupo? No lo se. Me fui a otro trabajo y el grupo quedó bajo la dirección de uno mismo de nosotros que también se fue. ¿Para mi? Lo he adaptado a mi persona, lo tengo escrito, lo llevo en la cartera para verlo de vez en cuando y su respeto es para mi un compromiso personal conmigo mismo. A veces su cumplimiento es difícil, pero creo que me ayuda a ser quien quiero ser. Como está es una adaptación a lo que creo y quiero. Se los comparto.

  • Las acciones de los demás no justifican ni cuestionan mis acciones
  • No decir nada que no pueda repetir ante cualquiera
  • Asumir el cumplimiento de mis compromisos por encima de intereses personales
  • Asumir mi responsabilidad sin justificaciones
  • Cumplir en tiempo y forma los compromisos adquiridos
  • Llegar a tiempo para empezar puntual
  • Despersonalizar críticas y comentarios
  • Apoyar a los integrantes de mi equipo
  • Escuchar y tomar en cuenta las opiniones de mi equipo
  • Estar dispuesto a que me llamen la atención por incumplimiento de mi código

¿Mi equipo? Con quienes esté trabajando o colaborando es cualquier momento. Mi familia. Mis amigos.

En estos días pandemiados, como siempre la lectura es un refugio, un lugar a donde ir, un mundo con innumerables amigos, otros mundos y otros tiempos qué visitar. Leyendo novelas históricas me encontré con este fragmento que nos hace reflexionar sobre nuestras propias responsabilidades y la elección de nuestras propias acciones.

El cuento: “Durante la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, en una tregua de las tantas pactadas y luego rotas, un grupo de mercenarios en paro momentáneo por el cese de hostilidades, asolaban granjas y pequeños poblados.

En uno de ellos, los aldeanos estaban por quemar a una mujer acusada de bruja y hereje, pero fue salvada por el jefe de los mercenarios, ante las protestas de los pobladores que aseguraban que había sido juzgada por la iglesia por hereje, excomulgada y condenada a la hoguera, y maldecían a los mercenarios a ser perseguidos por el demonio como cómplices de la herejía si no permitían la ejecución, haciéndose ellos mismos sujetos de la excomunión.

Al llegar a una abadía, uno de los mercenarios, más temeroso que los demás, fue ante el abad, un religioso anciano devoto de San Severo.

—A San Severo se le atribuye haberle curado un ala a un ángel en este valle. En ocasiones me cuesta bastante creerlo, pero a Dios le gusta poner a prueba nuestra fe de vez en cuando, así que rezo a san Severo todas las noches, le doy las gracias por su milagro y le pido que me arregle a mí del mismo modo en que reparó el ala blanca.

El mercenario sonrió. —¿Necesitáis que os arreglen? —Todos lo necesitamos. Cuando somos jóvenes se nos rompe el espíritu, y cuando somos viejos el cuerpo. —

El abad tomó de un codo al mercenario para guiarlo por el claustro, donde escogió un lugar que recibiera el sol e invitó a su visitante a sentarse en el murete entre dos pilares—. Decidme —inquirió mientras se acomodaba junto a él—. ¿Sois el hombre que comanda a los ingleses? —No soy —dijo el mercenario—, pero ¿habéis oído hablar de nosotros? —Oh, muchísimo. Nada tan interesante ha pasado por estos lares desde la caída de aquel ángel —dijo el abad con una sonrisa, después se volvió y le pidió a un monje que les trajera vino, pan y queso.

— ¡Y también un poquito de miel! Tenemos una miel excelente —añadió—. Los leprosos atienden las colmenas. —¡Leprosos! —Viven detrás de nuestra casa —le explicó el abad con calma—, una casa, joven, que si no me equivoco, pretendíais saquear. ¿Estoy en lo cierto? —Sí —admitió humildemente el mercenario.

—En cambio, estáis aquí compartiendo el pan conmigo —

El abad se detuvo para estudiar con ojos sagaces el rostro del soldado—. ¿Tenéis algo que decirme? El soldado frunció un poco el entrecejo y después puso cara de asombro. —¿Cómo lo sabéis?

El abad soltó una carcajada. —Cuando un soldado viene a mí, con armas y armadura, pero con un crucifijo colgando por encima de la cota, sé que se trata de un hombre que tiene en cuenta a su Dios. Lleváis una señal, hijo mío —señaló el crucifijo—, y aun después de ochenta y cinco años, soy capaz de leerlas.

—¡Ochenta y cinco! —exclamó asombrado, pero el abad no dijo nada. Sólo esperó, y el soldado se revolvió un rato inquieto y después vomitó lo que tenía dentro. Le explicó cómo habían ido al poblado vecino, donde habían encontrado a la hereje que el jefe había salvado—. Lleva preocupándome mucho tiempo —dijo mientras contemplaba la hierba—, y creo que nada bueno nos sucederá mientras ella siga con vida. ¡La Iglesia la ha condenado! —Sí que lo hizo, sí —dijo el abad y se quedó callado.

—¡Es una hereje! ¡Una bruja! —Sé de ella —añadió el abad con suavidad—, y he oído que aún vive. —¡Está aquí! —protestó el mercenario, y señaló hacia el sur, hacia el poblado—. ¡Aquí, en vuestro valle! El abad lo miró, y vio un alma honesta e inofensiva, pero desasosegada, y suspiró en su interior, después sirvió un poco de vino y empujó la tabla de pan, queso y miel hacia el joven. —Comed —le dijo con gentileza. —¡No está bien! —exclamó el hombre con vehemencia.

El abad no tocó la comida. Bebía el vino a sorbitos, después habló con calma mientras contemplaba la columna de humo que se elevaba desde la pira de alarma del pueblo. —El pecado de la hereje no es tuyo, hijo mío, y que tu jefe la liberara tampoco es tu obra. ¿Te preocupas por los pecados de otros? —¡Tendría que matarla! —dijo el soldado. —No, no tendríais que matarla —respondió el abad con firmeza. —¿Ah, no? —El hombre parecía sorprendido. —Si eso fuera lo que Dios quiere —repuso el abad—, no os habría enviado a hablar conmigo. Los designios divinos no son siempre fáciles de entender, pero me he dado cuenta de que sus métodos no son tan indirectos como los nuestros. Complicamos a Dios porque no vemos que su bondad es muy simple. —Hizo una pausa—. Me habéis dicho que ningún bien puede acarrearos a ustedes mientras la bruja siga con vida, pero ¿por qué querría Dios haceros bien? Esta región estaba en paz, excepto por los bandidos, y la perturbáis. ¿Os haría Dios un bien para que pudierais ser más dañinos si la hereje muriera? El hombre no dijo nada.

—Me habláis —prosiguió el abad con más firmeza—, de los pecados de otra gente, pero no habláis de los vuestros. ¿Lleváis el crucifijo por los otros? ¿O por vos? —Por mí —repuso el soldado en voz baja. —Pues habladme de vos, solo de vos y vuestros pecados —le dijo el abad.”

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2 comentarios

EDGAR URIEL MENDEZ ROMERO 27 agosto, 2021 - 7:49 am

Que tal ingeniero Emiliano. Me di el tiempo de leer su publicación en la que trata sobre el cambio personal. Francamente estoy en acuerdo con lo que menciona sobre la importancia de comenzar primero con uno mismo. Me agradó el fragmento del cuento que incluyó al final, me recordó un versículo escrito en la Biblia: “Aquel que comete maldades es el que muere. El hijo no será castigado por las maldades de su padre, ni el padre por las de su hijo. El justo será recompensado por su propia bondad y el perverso castigado por su propia maldad”, Ezequiel 18:20. Saludos

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jorge pinedo rivera 1 septiembre, 2021 - 5:06 pm

Me gustó la lista checable que proporcionas, es una manera de hacer realidad los compromisos, de otra manera se cumplirán con dificultada. Es una hecho interesante la práctica que usan ciertos grupos del examen de conciencia, es una forma de hacer operante los compromisos que se han hecho.

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